Oteando el horizonte
Y que inocentes fuimos, pequeña, cuando me hablabas de profetas, de magia, y de cuentos de hadas. Cuando soñábamos despiertos, y mirábamos las estrellas buscando cualquier excusa, para perdernos en nuestra aventura. Éramos niños buscando ese tesoro perdido. Y pintábamos imágenes en el aire, que nos contaban historias, recién sacadas de una película americana. Algunas eran de amor, otras, comedias baratas. Y las mejores tenían, como siempre, una banda sonora especial. ¿Estará el Sr. Clark bailando? ¿Y que fue del pequeño Billy? ¿Es que la Rosa Negra fue su último baile? He deseado ser Arnold, observando la danza de Jamie, a oscuras, sentado en ese sillón turquesa, y sujetando un vaso medio lleno de un escocés que sabe a madera. Follando los dos, como esa noche sin fin, cuando dejamos el horno encendido y nos envolvieron las llamas ardientes y perpetuas que no se consumían; que parecían no tener fin. Luego maduramos, y la fantasía se volvió realidad. Se acabaron los j