A ti, que estás en llamas
Primero vi que tu mirada tenía algo que me hacía sentir pequeño. Nos conocimos y, de repente, me mostraste tu sonrisa y me sentí un bebé. Entonces te pusiste a reír y yo ya desaparecí. Me mostraste una sonrisa risueña, alegre e ingenua, que te dice que todo es posible y que te enciende un alumbre dentro del cuerpo; una llama incandescente que te calienta y acoge bajo su manta y que te permite sortear las inclemencias del frio y la noche de la soledad. Digo desaparecí, pero no es verdad. Lo que se va, al verte reír, es esa sensación de infortunio y pesar que llevamos todos cargando y que me permite, por pocas veces, ser por fin yo y mis comentarios; yo y mis expresiones. Yo y mi forma de ser. Y finalmente, cuando pensaba que no podía sorprenderme más, te pusiste a bailar. Movimientos salvajes, fluidos como el agua y atrevidos, que te cautivan y te llaman a formar parte de ello. ¡Qué forma de danzar! Con cada paso se estremecía mi cuerpo; con tu mirada me latía el corazón y la